Momentos
difíciles nos tocan vivir. Mucha incertidumbre, por momentos temor y un
continuo preguntarse, si lo que individualmente estamos haciendo está bien
hecho. La sobrecarga de desinformación que nos llega y de la cual no podemos
ser ajenos aunque lo deseamos, nos pone en un punto de intranquilidad, que a
nada contribuye para la situación que estamos atravesando.
El coronavirus o
el Covid-19 está instalado entre nosotros y la única manera de contrarrestar su
efecto nocivo para los seres humanos es ser solidarios y acatar al pie de la
letra los lineamientos que emanan de los entes oficiales, dejando de lado todo
las informaciones que circulan por las redes sociales y siendo selectivos con
los canales de televisión, que ni siquiera en esta situación tienen piedad de
la audiencia y te saturan las 24 horas del día y por todas las emisoras con
datos de aquí y de allá, matizados con una encendida polémica entre los
panelistas que hablan todos juntos y disparan comentarios tan irresponsables
como temerarios.
La cuarentena se
ha transformado en una prisión domiciliaria, aun sin tener la tobillera
electrónica, y solo de ser culpable de tener más de 60 años. Las ventanas son
el contacto con el exterior y nos permiten saber si salió el sol, está nublado
o llueve, como en los dos primeros días de este período de aislamiento. El
teléfono, ese aparato al cual no le dimos de baja, porque nos acompaña desde
que terminamos de pagar el eterno Plan Megatel, nos permite cambiar opiniones
con amigos y conocidos y “hacer visitas” a los familiares más lejanos o los
otros, que pese a estar a unas pocas cuadras, guardan las mismas restricciones.
Es como “estar de
vacaciones” y no tener plata para ir a ningún lado, algo a lo que nos hemos
venido acostumbrado últimamente, pero esta vez sin la posibilidad de ir ni
siquiera a “tomar aire” a la plaza o compartir juegos con los nietos.
Netflix o Youtube
te matizan la siesta con alguna película más o menos entretenida, porque aunque
tengamos tiempo ocioso, no es cuestión de dormir a la tarde porque, después, a
la noche, vamos a estar desvelados. También la computadora, los juegos, el
ajedrez, son un pasatiempo y hasta ordenar en álbunes las fotos que hemos ido
descargando del celular y que solo se agrupan cronológicamente.
Obviamente, en la
casa hoy cosas para hacer, pero, mirándolas de reojo siempre gana la
exclamación “Mañana, si tengo ganas” y así vamos tachando los días como los
condenados, que van agrupando palotes, para tener un control del tiempo que
llevan encerrados. Pero nosotros, a diferencia de la mayoría de ellos, no
sabemos cuando nos llegará el “habeas corpus”.
Mientras tanto,
seguimos aprendiendo palabras nuevas. Protocolo, home office ya forman parte de
nuestro vocabulario cotidiano, mientras escuchamos quejan de quienes viven el
día a día y tienen que salir a buscar el mango, porque en este bendito país no
“llueve” maná para todos, porque para los otros, aún de licencia, reciben
partidas especiales “por si las moscas”, y a pesar de sus suculentos ingresos.
Transitamos por
las eternas desigualdades que seguramente algún día desaparecerán como parece
que se va suturando la grieta ante esta situación angustiante. Por lo menos
parece que el consenso está aflorando más allá de las banderías políticas, pese
a que algunos imbéciles parecen no darse cuenta y en las redes sociales siguen
bombardeando con chicanas de uno y de otro lado. Sería bueno que entendieran
que necesitamos un punto final, porque para nuestra querida Argentina, estos
son más peligrosos que el Covid-19.
así es,,,,,,,,,,,,,,
ResponderBorraraprovechemos este tiempo para pensar de qué modo podemos contribuir a que este mundo sea un poco mejor...seguramente no podamos solucionar todo...pero al menos podemos hacer algún aporte en nuestro pequeño entorno...
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